De mandarinas, cantos y poetas

El poema se goza como la mandarina
sorbiendo el jugo, almíbar o acre,
de gajo en gajo, con celosa cachaza.
Si el poema es grande,
se pela el gajo con los dedos
así, suculentos, frágiles, los carpelos
ofrecen su más luciente sensualidad.
Y si es poema de buen cantautor
puede esconderse, vacilante
por falsa modestia del poeta,
arrebatándonos con notas golosas.
Entonces conviene devolver gentileza,
dedicarle con nuestro canto
sus versos huidizos, en decoroso susurro,
y el poema se desviste de claves y timbres,
aparece cachondo, robusto, procaz,
y un agua de mar de recuerdos rapaces
nos puede arrobar la sonrisa.